TELURISMO ANDINO

Sunday, June 01, 2008

SOMBRAS SAGRADAS DEL PITUSIRAY



30/05/08

EL CODIGO DE WALID BARHAM Y GUAMAN POMA
Escribe: Julio Antonio Gutiérrez Samanez

Cosas de la vida, tenemos en el Perú, decenas de grandes arqueólogos, científicos sociales, historiadores renombrados, pero ninguno de ellos tuvo el acierto de volver los ojos sobre los mitos incaicos prehispánicos asociados con el agua y las montañas.
Desde mi infancia, durante los paseos escolares por el Valle Sagrado, y de boca de los familiares de mi amigo Jeffrey Gamarra, - cuya madre trabajaba como maestra escolar en Písaq- oí el mito de la princesa encantada o la ñusta, y la historia de los dos amantes que huyendo habían quedado convertidos en piedra, allí entre los agrestes roquedos de la montaña Pitusiray, vistos desde la zona de Huayllabamba.
Muchos arqueólogos connotados trabajaron excavando y restaurando lugares arqueológicos como Unu Urco, a la salida de Calca, y Huchuy Kosko, en las alturas de Lamay; pero tuvo que ser Walid Barham Ode, un joven palestino-peruano, que en sus andanzas en busca de atar sueños, mitos y realidades, se dio de cara con la maravilla natural de las luces y las sombras montañosas, como él dijo: “el cine exhibido por la naturaleza”. Sabe Dios, qué razones, que hados, apus o auquis lo llevaron a dormir por esos soledosos riscos montañosos, entre lagunas sagradas y monolitos de piedra; quizás, realmente, no necesitó de ningún guía indígena o quechua parlante para concretar uno de los descubrimientos más asombrosos de los últimos tiempos en esta tierra de Manco, Wiraqocha y Pachacútec.
Simplemente extraordinario; un espectáculo de luces y sombras, puesto en escena por la luz del Taita Inti, al amanecer de algún día de octubre, y el libre albedrío o la casualidad ¡Cosas de la naturaleza! Para que, justamente allí, sin intervención de la mano humana, se sucedan unas formas perfectas del perfil de una ñusta, un inca y un otorongo.
Todo esto sería fantasía o puro invento, si la montaña calqueña no fuese asiento de más de mueve mitos y leyendas; si no tuviesen relación las montañas Sahuasiray y Pitusiray, con las nieves, la lluvia y el agua, y, más aún, si, hace cuatro siglos, el genial cronista indio Don Phelipe Guamán Poma de Ayala, en su “Nueva Corónica”, no hubiese hecho alusión gráfica y expresa al mito y sus elementos constitutivos: La montaña Pitusiray, la pareja mítica, un monolito llamado “Qan Qan” (?) (que presumo sea el propio Apu Texe Wiraqocha Pacha Yachachiy), el otorongo y a un grupo de personajes ofreciendo el “pago” o “Hayway”, de ofrendas, al parecer, hasta la vida de un niño, a esta montaña.
De pronto, con el descubrimiento de Walid Barham, la fábula y la fantasía, toman asidero en la realidad y se convierten en historia, y con ello, muchas ideas dispersas, cobran sentido: ¡la leyenda o el mito del inca convertido en otorongo era cierta! Era una metáfora de las sombras y luces, ofrecida por la naturaleza o la Pachamama; estaba “escrita” en “clave de sombras” y la antigüedad de su descubrimiento por el ser humano, no tiene memoria, pudieron ser Pukaras o Tiawanakos, puesto que los topónimos ”sawasiray”, “pitusiray” parecen ser aymaras; hubo un pueblo pre inca llamado Sawasira, que junto con los Laris, Kopalimaytas, Wallas, Antasayas y Poques, poblaba el Qosqo o Akja Mama, antes de ser desalojados por los míticos hermanos Ayar. También, por allí cerca está la comarca de Wayo kari, que debe ser referencia al “hombre del Urubamba”, autor de los petroglifos hallados en las alturas de dicho lugar. Y cabe anotar que muchas leyendas lugareñas fueron compiladas en las obras de Clorinda Matto de Turner, del padre Jorge Lira, el padre Maximiliano Rendón; Ángel Carreño, Genara Elorrieta y en los recientes trabajos de nuestro amigo Salustio Concha Tupayachi.
Así llegó el mito a los incas, que lo conocieron, según los testimonios de Guamán Poma y de Murúa y otros cronistas citados por Walid. Pero que al mismo tiempo al llegar los españoles con sus persecuciones idolátricas, lo “olvidaron”, mejor dicho, ese conocimiento, - probablemente conocido sólo por una casta sacerdotal, que eran “lectores de sombras” e “intiwatanas” (¿Llanthukamayoq?) y por lo tanto, astrónomos, geógrafos, climatólogos, ecologistas, o todo eso en uno-, se extinguió , sin quedar en la memoria de los habitantes de la zona. Pero, fue Guamán Poma, con su genio e intuición que dejó un cabo suelto para que alguien, en el futuro, tire de él y descubra la madeja entera.
Debemos reconocerle a Walid, el mérito inmenso de haber trabajado rastreando sus hipótesis; ascendiendo innumerables veces a su montaña, como un elegido por los Apus, para desentrañar sus misterios milenarios; con el mismo afán, ímpetu y apasionamiento de un Tello, Bingham o Reiche, para entregar al mundo toda una filosofía de la cultura del agua, justo en esta época del ocaso del pobre ecosistema terrestre agredido por la brutalidad antrópica del imperio de la avaricia del dólar, la rentabilidad y la ganancia.
Quizás esta “clave” recién descubierta invite a reordenar el mundo y sacarlo de la demencia.
Reconozcamos a Guamán Poma por su genio extraordinario, su chispa burlona, su sarcasmo, porque con esta su “clave”, a pesar de su frecuente pesimismo: ¡Sí hay remedio!
Así es que demos a Walid lo que es de Walid y a Guamán lo que es suyo: la gloria y la admiración.
Nada para los envidiosos.

Y ahora amigos, previo qoqa k’intu o pago a la Pachamama, a buscar las sombras, que son los vacíos dejados por la luz, para ser llenados con conocimientos y descubrimientos, frutos del esfuerzo y una inmensa pasión. Nos esperan los Apus: Wanakauri, Pachaqtusan, Senqa, Mamasimona, Yawira y tantos otros.
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